No tengo ningún recuerdo sobre mi infancia, al menos no ninguno feliz. Mi primer recuerdo es mis padres sentándome frente a una mesa, ellos del otro lado. El aire era incómodo y pesado en mi corazón, ya sabía que algo malo estaba sucediendo.
—Hija, tenemos algo muy difícil que decirte—Empezó mi madre, mirando de reojo a mi padre que estaba escribiendo en su celular.
Mi mamá pareció esperar a que su esposo dijera algo, pero al ver que no decía nada simplemente siguió hablando luego de suspirar.
—Tu padre y yo no nos amamos, cariño, te amamos a ti por supuesto, y esto no es tu culpa. Pero no podemos seguir juntos, te criaremos separados—Explicó la mujer, para luego estirar su mano para estrechar la mía. Pero yo rompí en lágrimas y salí corriendo de la cocina, mi madre intento seguirme pero escuche la voz de mi padre deteniéndola.
—Tiene que aprender que el mundo no es perfecto tarde o temprano.
Al salir de la cocina, mis pequeños pies me llevaron a la sala, donde estaba mi abuelo, por parte de mi padre, al verlo corrí hacia él y lo abrace con fuerza. Sollozando contra su buzo que olía al típico perfume que usan los abuelos.
—Pequeña, mírame—Dijo él, agachándose para estar a mi altura. Yo pare de sollozar para poder verlo.
—Ya no tendré mamá y papá—Recuerdo haber murmurado, él rio y limpio los restos de mis lágrimas.
—Siempre tendrás mamá y papá cariño, guarda ese dolor dentro tuyo, y destrúyelo, se una adulta para tus padres y toma todo con seriedad. Las emociones te harán débil, hija mía.
Luego de decir esto mi abuelo me abrazo, y esa fue la última vez que llore.
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